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Kathy Muñoz: “Nadie espera que quien te ama te mate”

Desirée Yépez/ @Desireeyepez

El 21 de diciembre de 2020 Kathy Muñoz recibió una llamada que cambió su vida: su hija había muerto. Lo que vendría después conmocionó al país y se convirtió en noticia a escala internacional: Lisbeth Baquerizo había sido asesinada por su marido, los implicados pegaron las heridas de su cabeza con goma para falsear la masacre. La maquillaron. Su esposo, el principal sospechoso, está libre; sus cómplices, también. Y su madre no descansa en reclamar su derecho: justicia. 

¿Cómo era su vida hace un año?

Normal. Como la de cualquier otra persona. Teníamos un hogar, dos hijas. Hace un año nuestro hogar era feliz, lastimosamente ya todos conocen la triste historia, la horrible historia en la que nuestra vida se ha convertido. Lamentablemente desperté un día y me di cuenta de que era verdad: he tenido que enfrentarme titánicamente a un sistema que le llaman de justicia, pero es algo que no he conocido hasta hoy. Han sido tantas las negligencias, la corrupción, la maldad que no me ha tocado otra opción que ser Kathy Muñoz “la guerrera”, “la leona”, “la pantera”, “la mujer luchadora”, así me llaman. Nadie quiere perder una hija de una manera tan cruel, vil y miserable como murió la nuestra. Su cuerpo fue usado como un juguete, la desnudaron, la bañaron, la remendaron, luego la vistieron, luego la pusieron en la escena falsa con la que nos quisieron engañar haciéndonos creer que había caído de las escaleras. 

A veces me he quedado sin voz de tanto gritar. En este caso, la Fiscalía nunca estuvo de nuestro lado, siempre estuvo con el victimario, tanto así que él y los cómplices se fugaron. Dejaron resuelto transferencias de bienes, un lugar para instalarse de nuevo, el señor Hermidas tuvo el placer de viajar en avión a Colombia, dicen que allá está junto a su hermano. Lo único que he gritado es que ¡quiero ver, conocer y sentir la justicia! 

¿Qué ha implicado este proceso de dos meses de tener que transformarse para exigir justicia por su hija?

Ha sido muy doloroso. Yo era una mujer normal, soy estilista de profesión hace 20 años. Como toda madre estaba dispuesta a luchar por mis hijas, pero nunca pensé que Dios y el destino me iban a poner frente al mundo como alguien que pelea por una causa justa. Asesinaron a mi hija, no pido nada que no merezca, exijo, reclamo, mis derechos y los de ella. Hace unos meses mi rostro tenía otra expresión, ahora mis ojos están cansados, tengo ojeras, he bajado mucho de peso. Ha sido tanto el dolor y la tristeza que no he tenido tiempo ni de llorar porque el proceso ha sido muy exigente, han habido días en que me voy desde las 8 de la mañana y no regreso hasta las 10 de la noche. 

Todos los días se difunden noticias relacionadas a violencia de género, femicidios. Es una realidad a la que nos exponemos diariamente, pero ¿qué pasa cuando toca la puerta, cuando se vuelve real?

Cuando vi a mi hija muerta en las escaleras, sentí que mi vida se iba con ella. Me han preguntado si no temo por mi vida y contesto: “tengo dos hijas, la mitad de mi vida se fue con Lisbeth”. Lo que ven solo es un estuche. Me arrebataron algo que salió de mi cuerpo, de mi ser, eso me transformó en lo que ahora soy. No temo porque mi causa es justa, nadie tiene derecho de arrebatarle la vida a nadie. Lo más ruin es que hayan querido ocultar horrendo crimen pegando sus heridas con Brujita. Pagaron un médico falso, un maquillador para que ocultara las heridas, la magnitud del asesinato de Lisbeth Baquerizo ha traspasado precedentes, la imaginación, es algo tan macabro… Ahora he logrado un equilibrio entre el dolor, la rabia, la impotencia. Al principio no podía contenerme, las lágrimas solo se derramaban, pero aprendí que de ellas me tengo que alimentar, eso hace una madre. Estoy dispuesta a hacer lo que tenga que hacer, a cortarme las venas en Carondelet, dejar mi sangre regada en el piso para que la gente conozca mi historia, para que se sepa que el que mató a mi hija está caminando por las calles. A la señora Justicia la tienen vendada, boca abajo, hacen con ella lo que les da la gana. 

¿Cómo sacarle la venda a esa Justicia?

Como yo lo hice: gritando, reclamando, haciendo valer los derechos. La Fiscalía General del Estado nos ha acostumbrado a hacerse la ciega, sorda, mi caso puede ser único, por la dimensión; pero hay tantos femicidios detrás de mí. No me ha quedado otra opción que reclamar, y nadie me lo dijo, me lo dijo mi corazón. Al principio, cuando reclamaba en los exteriores de la Fiscalía, en Guayaquil, las personas no sabían quién era ni qué reclamaba. Pero de a poco se empezaron a sentar a escuchar mi historia, a ver mis lágrimas correr… 

¿Se ha encontrado con otras madres en esta lucha?

Sí. Cuando vi que la injusticia no era solo para mí, encontré mujeres que me abrazaban y me decían: “señora, fuerza, tengo tres años en esto y el femicida está en su casa, tengo dos nietos y tras sobornar al fiscal se quedó con mis nietos”. Yo la invitaba a traer su cartel y a gritar conmigo. Después venía otra… La Fiscalía nos ha acostumbrado a la limosna, porque los fiscales solamente dan lo que ellos quieren, no lo que tienen que dar. 

¿Ustedes cómo se han enfrentado a esos poderes?

Mirándolos a la cara y diciéndoles que no les tengo miedo. Aquí estoy y no voy a parar hasta conseguir lo que anhelo, lo que necesito, lo que reclamo porque es mi derecho. Mi hija tiene derecho a la justicia, no porque ahora ella se está pudriendo en un cementerio sus derechos se pudren con ella. Aquí está su madre. He invitado a las madres del Ecuador que están en una situación como la mía que hagan lo que yo he hecho. Si no tuviera fortaleza, estaría temblando. Sí he temblado, pero no de miedo, sino de impotencia, dolor, rabia. ¿Dónde están los derechos humanos? Los míos fueron pisoteados. No voy a descansar hasta el día en que se realice la audiencia de formulación de cargos de todos los cómplices y a cada uno le den su sentencia. Esa es mi causa. Ha sido una lucha titánica contra un enemigo que en realidad pensé que era mi aliado, la Fiscalía. Por eso ahora todos me conocen, saben que he gritado, he llorado, no me he sentido derrotada. Mi corazón está destrozado. Me duelen los recuerdos. No me he llenado de odio, tuve de frente al que mató a mi hija, a sus padres, pude haber hecho justicia por mano propia y lo que hice fue ir a buscar a la señora Justicia para que me dé paz, pero no fue así. 

Me siento más fuerte que nunca, porque no estoy sola. Ecuador está aprendiendo a pelear. 

¿Cuántas veces ha tenido que narrar esta historia y recordarla?

En este proceso aprendí la palabra “revictimizar”, no me gusta porque quien la dijo primero fue el fiscal y comprendí que la burocracia disfraza con palabras y papeles la corrupción. ¿Por qué me dicen victimizar? ¿Acaso si no lo cuento lo voy a olvidar? ¿Acaso si le digo a mi mente lo voy a olvidar? Nunca lo voy a olvidar. Han sido cientos de veces, me han dolido, al principio lloraba mucho. No me arrepiento de contarlo una y mil veces. Eso hizo que Ecuador haya hecho suya mi historia y mi dolor. Mataron a mi hija, no me voy a conformar con llorar. Quiero justicia. No hay nada que me haga olvidar el 21 de diciembre de 2020. Mi hija tenía un propósito en su vida. Tal vez el propósito de su muerte es que muchas aprendan y comprendan que lo que parece un cuento de hadas, amor, a veces es mentira. El amor nos ciega. Nadie espera que una persona que te ama te mate.  

 

Ma. Fernanda Ampuero: “No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia”

Desirée Yépez/ @Desireeyepez

La escritora y periodista guayaquileña se alista para presentar su próxima obra, ‘Sacrificios humanos’. El título ya es un adelanto de lo que esconden sus páginas… La de María Fernanda Ampuero es una de las voces que más fuerte han gritado la violencia. ‘Pelea de gallos‘, su primera compilación de relatos, pareciera más bien una antología de crónicas por la crudeza de los textos… Sucede que la realidad a veces supera la ficción. Y MANIFIESTA conversó al respecto con ella.   

Has dicho que la vida está hecha de miniviolencias que son esa gran violencia… ¿Por qué decidiste escribir de esto? ¿Qué te llevó hacia allá?

No creo que haya sido una decisión como tal. Escribo de lo que me duele. Auténticamente sufro, auténticamente siento que es contra mí, que cada niña desaparecida, asesinada, todas las que han muerto o están por morir me deja desasosegada, como que hay algo que quiero hacer, quiero salir a las calles, sí; poner algo en las redes, intentar hablar con los familiares, quiero saber qué pasó, quiero pedir justicia contra los asesinos; quiero hacer algo. Siento que la violencia es lo único de lo que puedo hablar. Estoy muy cabreada, no puedo hacer nada rosa, humorístico, nada que no lleve ira. Como dice esa frase anónima: “si no estás cabreada, no estás mirando con suficiente atención”. Una cosa que nos pasa a nosotras es que incluso miramos con demasiada atención. Las palabras para mí son detonantes de esa ira. No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia, creo que la gente que no habla de ella, que no la tiene presente, es porque la ha bloqueado.

Te mueve eso de “escribir sobre lo que conoces”… 

Cuando me preguntan sobre las cosas tan atroces que escribo, dentro de la ruleta vulgar y terrorífica que es nacer en Ecuador a mí no me tocó tan mal. Me tocó caer en una pareja de gente joven, que no me vendieron en la calle, que no me dejaron sorda de golpes, que esas cosas pasan… Que no me tocaron en la noche, que no me tocaron mis abuelos. Tuve mucha suerte; pero aún así digo que ninguna está perdonada por la vida de pasar por la violencia, a ninguna se nos perdona que no pasemos por esa puerta. 

Hay una violencia que la gente no ve, porque no quiere ver, la de decirle a las niñas que no son lo que deberían ser. En mi caso, que no soy delgada, blanca como mi prima, que no tengo el pelo liso; a mi prima le tocó ese otro rol terrible de ser el modelo inalcanzable del canon de belleza. Yo me sentía una cucaracha horrible que caminaba por ahí, a quien la gente siempre tenía que hacerle un comentario. Yo quería ser invisible, pero mis características físicas hicieron que sea señalada y que se buscara en mí un chivo expiatorio del racismo de mi familia, porque mi abuelo tuvo una bisabuela negra, entonces mi pelo les recordaba esa bisabuela, esa cosa que no querían vinculada a su apellido.   

Yo sé que no me pegaron, que no me abandonaron, que no soy huérfana, pero ese dolor y ese constante recordarte que no eres suficientemente valiosa porque no tienes unas características físicas es un lanzamiento a la violencia que se te hace desde antes que tengas uso de razón. Y luego lo que nos pasa a las chicas en particular: siéntate bien, cierra las piernas, no enseñes el calzón… Y claro, tú dices: «pero quién me está viendo, qué hay ahí adentro, qué hay ahí que está mal y tengo que tapar». Te enseñan que hay una cosa monstruosa en medio de tus piernas. Eso, cuando tienes cuatro años, eso es la gran violencia. Y que tus padres asuman que eso va a pasar, en lugar de señalar a quienes miran entre las piernas de las niñas, pues… 

Está tan normalizada la violencia que, aunque cada vez se habla más de esto y se expone, se ve más saña en los crímenes… Y cuando leemos ‘Pelea de gallos’, que son cuentos, ficción, sucede que muchas veces la realidad supera a la ficción. El mundo es este, donde la monstruosidad y el horror están. 

Por supuesto. Estoy leyendo ‘Los Divinos’, de Laura Restrepo, ella escribió ese libro después del crimen de Yuliana Samboní donde un arquitecto de clase súper alta era un monstruo, un pedófilo y secuestró a una criaturita, hija de refugiados, que la vida entera en siete años fue horror tras horror, no hubo un respiro en el dolor de esa criatura. En Colombia, este tipo la mató de las peores maneras, la violó, la mordió, una cosa que supera mi capacidad de pensamiento. No dejo de pensar en esa niña, o en Lisbeth Baquerizo (Ecuador) con el amor de su vida que la tira por las escaleras y le pega los sesos con Brujita, no puedo. Lo que hace Laura Restrepo es recrear el grupo de amigos de este tipo para entender quién era el asesino, el violador desde el punto de vista de otros, desde esta cúpula sin dios ni ley que son los dueños de la ley y de dios y creen que saldrán indemnes de todo lo que hagan… Siento que ella escribió un libro durísimo sobre un caso real y omitió los detalles de las atrocidades que este hombre le hizo a la niña. Entonces claro que sí, por supuesto que la realidad es peor que la ficción, lo único que nosotras podemos hacer con la ficción es decirle a la gente esta soy yo, no soy un cadáver en una morgue, y les voy a contar mi historia. Creo que eso es lo que me mueve, a mí no me mueve el morbo, asustar por asustar, escandalizar por escandalizar, generar desazón porque sí. No quiero hacerlo gratuitamente, quiero que escuchen la voz de quien ha sido asesinada, violada, emborronada en la historia, silenciada porque lo que hacen los medios, la cobertura de crónica roja, es utilizar esas muertes, asesinatos y crímenes para contar desde un punto de vista hegemónico, pero no es la voz de la víctima contando: «esto es lo que me hicieron, me rompieron entera». Quiero decir eso, porque nadie lo dice. 

Está tan normalizado que es preciso incomodar, mover, generar cosas en quien nos lee… ¿Sientes o crees que en algún momento el recurso de la violencia se agota? Es decir, ¿llega un momento en que es un trazo más del paisaje en que vivimos?

Ahí está el desafío de la escritora. De quien narra. Ahí está eso que se llama reinventarse, que no es cambiar de obsesiones, pues si no escribes sobre tus obsesiones, ese libro nace muerto. Eres el ser humano que eres por tus obsesiones. Hay una cosa muy triste en el lector, en el espectador, en el lector de prensa y es el hartazgo… Es muy triste y muy loco que la muerte de una mujer no sea primera plana, que el asesinato de una mujer a manos de su pareja no sea primera plana, trending topic… Lisbeth (Baquerizo) lo fue, porque allí hay un lugar de enunciación que no es el mismo de otras personas a quienes les ha pasado lo mismo. Lo que tienes que hacer todo el tiempo es ver cómo cuentas la historia de la mejor manera posible como para que tenga tanta fuerza, sea tan sólida, redonda, los personajes tan vivos que casi ni te des cuenta de que te estoy llevando a que veas la desprotección de la infancia, la desigualdad social, la obsesión por la belleza, lo que le hacemos a quienes no tienen hogar, o a quienes trabajan en nuestras casas, o a quienes tienen algún tipo de diferencia.

La violencia es tan grande que ahí cabe el cielo, el infierno, la tierra, cabe todo. Lo que intento es crear nuevas historias que tengan su vida, su fuerza, para que a un lector al que no le interesa ir más allá pueda “disfrutarla”; pero que a quien sí está con el corazón abierto pueda llevarle a pensar «qué bestia lo que le hacemos a los animales, a los niños pobres, a la diferencia, todo lo que le hacemos a las mujeres». La literatura es el gran ejercicio de la empatía, el ejercicio más bestial porque empatizas con algo que no existe y se inventó otro y solo se logra si has creado personajes que literariamente sean perfectos y tengan vida propia.

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