La marcha feminista, por las marchas que no fueron
Por Jessica Zambrano/@hypheralice
Es 8 de marzo. En el centro suena la Batamba Batukada. Ocho mujeres tocan tambores y las dirige la voz y energía de la Percha Ybañez. Las ordena con las tetas al aire, sabiendo que está en una plaza pública, en una ciudad en la que a pesar de las muertes de una pandemia y de las mujeres que sufrieron el confinamiento con sus abusadores que aún no reciben justicia, mostrar el cuerpo sin sostén –algo que rara vez usa– puede cuestionarse. Suena la Cubeta Batucada Feminista otro colectivo de mujeres que busca energizar la protesta. La música nunca para. Si la lluvia nos inunda, los tambores se golpean con más fuerza.
La pandemia no ha parado. Es 8 de marzo. Estamos en Guayaquil. Hace un año también marchábamos y una semana después, el COVID-19 nos convirtió en una ciudad con el sistema de salud y funerario colapsado, con uno de los mayores números de muertes en América Latina, en relación al tamaño de la población. La pandemia nos convirtió en un territorio en el que 62 cuerpos no han sido reconocidos y 110 familias no dejan de buscarlos. Las cifras las sacó una investigación de Plan V, La Barra Espaciadora, Fundación Periodistas Sin Cadenas, en Alianza con Connectas.
La lluvia se acelera. Hace un año, cuatro días después de hoy, el Ejecutivo declaró una emergencia sanitaria que derivó en un estado de excepción, vigilancia y confinamiento. Desde esa fecha, más de 99 mujeres fueron asesinadas por sus familiares, esposos, novios, parejas, convivientes. Una gran parte de ellas estaban aquí, en la ciudad en la que no es posible reconocer a los muertos de una pandemia.
Nadya, Valeska, Thalíe, Carola, Estefanía, Paola, Sara, Odalys reclaman la presencia histórica de Lorenza Avemañay, Jacinta Suárez, Lorenza Peña, Manuela Chivisa, Baltazara Chivisa, Manuela Cañizares. Sofía, Andrea, Paula, Verónica, Elaine protestan por las vidas de Paula, Katty, Solange, María. “Y ¿qué hace la fiscalía? ¿Qué hace el gobierno? ¿Tú qué haces?”. Se lo preguntan tres mujeres que caminan en un círculo cercado con cinta amarilla que lleva inscrito Peligro, mientras recogen los cuerpos envueltos en plástico de otras mujeres, en la interferencia de la Av. 9 de octubre y Pedro Carbo.
“Disculpen las molestias causadas, es que nos están matando”. El tráfico se detiene y una de las mujeres que comanda el performance le habla a los que esperan, a quienes circulan en la ciudad y no se integran a la marcha del 8 de marzo, que, por la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, se llamó desde Guayaquil “subversivo, feminista y popular”. Le habla a los 20 policías que llegaron en un bus cargado con toletes y escudos.
“Amigue mirón, únete al montón
En contra del machismo, y por su abolición”.
En la marcha hay más de 10 colectivos. La agrupación transexual, que mira con desprecio a la pandemia por el olvido del Estado y la inacción ante sus muertes y el maltrato de sus cuerpos; las mujeres trabajadoras, como Anamary que fue humillada por sus patronos cuando cuidaba niños y practicamente la hacían dormir en el piso; el movimiento coordinador de barrios populares feministas que durante la pandemia se hacinaron con sus abusadores y buscaron las formas de tener agua, mientras el Estado recomendaba que para prevenir enfermarse debían lavarse las manos, pero a ellos no tenían cómo. Están los colectivos en contra de la explotación, los antiespecistas; los integrantes del Comité Permanente de los Derechos Humanos que contabiliza y acompaña los procesos de justicia.
Este movimiento, que se convoca por la búsqueda de un Guayaquil feminista, ha renombrado el circuito histórico. La historia oficial –aunque el término esté manido por varios intentos de reivindicación– se ha encargado de ordenar la ciudad en función de los ganadores. Sus monumentos, calles y plazas llevan el nombre de próceres, presidentes, intelectuales. El movimiento feminista de Guayaquil intenta que esa memoria se reconstruya, en cuanto sea posible, desde las ausencias, desde quienes no tuvieron justicia ni posibilidades para exigirla siquiera.
Suena la batucada feminista. La música no para, pero antes de volver a definir el camino con el que se renombran las plazas de la ciudad y sus monumentos, se lee un manifiesto. El movimiento protesta por el uso de sus banderas en campañas políticas sin que haya una mediación con lo que necesitan y se siga relegando su presencia en las propuestas. Se convocan por la vulneración de los derechos laborales, las políticas de descuido durante la pandemia, que ha profundizado el acceso a la educación, la precarización laboral; protestan por las poíticas extractivistas en la tierra y en los cuerpos de niñas y mujeres. Protestan porque el aborto sea libre, seguro y gratuito. Exigen en voz alta y en megáfono la erradicación absoluta de la violencia basda en el géneroy el abuso sexual sistemático contra las niñas, las adolescentes, las mujeres y las disidencias sexuales. Protestan por la ineficiencia e indolencia del Estado para preservar la vida de las 84 personas que murieron en las cárceles del país.
Esta plaza en la que se nombran a las mujeres que no están, a los cuerpos violentados y se reinvindican las marchas que no han sido posibles por las políticas de la pandemia, se renombra con una placa que dice Gavis Moreno, la directora de la cárcel de mujeres de Guayaquil que fue asesinada en 2018 con 12 disparos y cuyo caso no se ha resuelto.
La marcha empieza. La lluvia moja los cuerpos de la protesta y en la Plaza de la Administración, los próceres que pensaron la independencia desde sus intereses, ahora tienen pañuelos morados y verdes por los derechos de las mujeres y un cartel con los nombres de las mujeres que gestaron por su cuenta y a su manera la independencia de sus territorios, las que llegaron antes y estaban solas.
La plaza en la que hay todo el tiempo barreras de policías para evadir a ciudadanos protestando está tomada por las batucadas. Llega la policía en una moto que frena a raya y pita como puede. “Resistan compañeras, lo hacen para amedrentarnos, este lugar es nuestro”, grita una de las líderes de esta marcha y la bulla se prolonga. Los monumentos tienen nuevas banderas. La plaza se renombra como Subversión porque hacerlo es “alterar el orden establecido (…) por eso pensamos que las feministas somos profundamente subversivas”, dice la declaración de este espacio que se retoma cada 8 de marzo.
Las marchantes bloquean la entrada a la 9 de octubre. Reinvindican el himno de Las Tesis. Los carros quieren seguir su curso, se niegan a esperar. Un taxista se baja a gritar que sean conscientes, que se hagan a un lado. La protesta se sienta en la calle. De nuevo, señor “pedimos disculpas por las molestias pero nos están matando”.
Entre los vehículos atrincherados, la marcha vuelve a la plaza de Gavis Moreno y en el performance de una limpia en contra del silencio, de las prácticas de acoso, de las niñas violadas, de las mujeres que no están en la historia, se llena un cántaro, pero no con fuego, con agua, porque llueve. “Somos hijas de las brujas que no alcanzaron a quemar”, dice una pancarta. Si hace poco más de un siglo a las mujeres las condenaban a la hoguera este 8 de marzo, en cada trueno, la naturaleza protestó con la misma furia con la que las batucadas no dejaron de sonar.
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