Ma. Fernanda Ampuero: “No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia”

Ma. Fernanda Ampuero: “No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia”

Manifiesta ECUADOR

febrero 18, 2021

Desirée Yépez/ @Desireeyepez

La escritora y periodista guayaquileña se alista para presentar su próxima obra, ‘Sacrificios humanos’. El título ya es un adelanto de lo que esconden sus páginas… La de María Fernanda Ampuero es una de las voces que más fuerte han gritado la violencia. ‘Pelea de gallos‘, su primera compilación de relatos, pareciera más bien una antología de crónicas por la crudeza de los textos… Sucede que la realidad a veces supera la ficción. Y MANIFIESTA conversó al respecto con ella.   

Has dicho que la vida está hecha de miniviolencias que son esa gran violencia… ¿Por qué decidiste escribir de esto? ¿Qué te llevó hacia allá?

No creo que haya sido una decisión como tal. Escribo de lo que me duele. Auténticamente sufro, auténticamente siento que es contra mí, que cada niña desaparecida, asesinada, todas las que han muerto o están por morir me deja desasosegada, como que hay algo que quiero hacer, quiero salir a las calles, sí; poner algo en las redes, intentar hablar con los familiares, quiero saber qué pasó, quiero pedir justicia contra los asesinos; quiero hacer algo. Siento que la violencia es lo único de lo que puedo hablar. Estoy muy cabreada, no puedo hacer nada rosa, humorístico, nada que no lleve ira. Como dice esa frase anónima: “si no estás cabreada, no estás mirando con suficiente atención”. Una cosa que nos pasa a nosotras es que incluso miramos con demasiada atención. Las palabras para mí son detonantes de esa ira. No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia, creo que la gente que no habla de ella, que no la tiene presente, es porque la ha bloqueado.

Te mueve eso de “escribir sobre lo que conoces”… 

Cuando me preguntan sobre las cosas tan atroces que escribo, dentro de la ruleta vulgar y terrorífica que es nacer en Ecuador a mí no me tocó tan mal. Me tocó caer en una pareja de gente joven, que no me vendieron en la calle, que no me dejaron sorda de golpes, que esas cosas pasan… Que no me tocaron en la noche, que no me tocaron mis abuelos. Tuve mucha suerte; pero aún así digo que ninguna está perdonada por la vida de pasar por la violencia, a ninguna se nos perdona que no pasemos por esa puerta. 

Hay una violencia que la gente no ve, porque no quiere ver, la de decirle a las niñas que no son lo que deberían ser. En mi caso, que no soy delgada, blanca como mi prima, que no tengo el pelo liso; a mi prima le tocó ese otro rol terrible de ser el modelo inalcanzable del canon de belleza. Yo me sentía una cucaracha horrible que caminaba por ahí, a quien la gente siempre tenía que hacerle un comentario. Yo quería ser invisible, pero mis características físicas hicieron que sea señalada y que se buscara en mí un chivo expiatorio del racismo de mi familia, porque mi abuelo tuvo una bisabuela negra, entonces mi pelo les recordaba esa bisabuela, esa cosa que no querían vinculada a su apellido.   

Yo sé que no me pegaron, que no me abandonaron, que no soy huérfana, pero ese dolor y ese constante recordarte que no eres suficientemente valiosa porque no tienes unas características físicas es un lanzamiento a la violencia que se te hace desde antes que tengas uso de razón. Y luego lo que nos pasa a las chicas en particular: siéntate bien, cierra las piernas, no enseñes el calzón… Y claro, tú dices: «pero quién me está viendo, qué hay ahí adentro, qué hay ahí que está mal y tengo que tapar». Te enseñan que hay una cosa monstruosa en medio de tus piernas. Eso, cuando tienes cuatro años, eso es la gran violencia. Y que tus padres asuman que eso va a pasar, en lugar de señalar a quienes miran entre las piernas de las niñas, pues… 

Está tan normalizada la violencia que, aunque cada vez se habla más de esto y se expone, se ve más saña en los crímenes… Y cuando leemos ‘Pelea de gallos’, que son cuentos, ficción, sucede que muchas veces la realidad supera a la ficción. El mundo es este, donde la monstruosidad y el horror están. 

Por supuesto. Estoy leyendo ‘Los Divinos’, de Laura Restrepo, ella escribió ese libro después del crimen de Yuliana Samboní donde un arquitecto de clase súper alta era un monstruo, un pedófilo y secuestró a una criaturita, hija de refugiados, que la vida entera en siete años fue horror tras horror, no hubo un respiro en el dolor de esa criatura. En Colombia, este tipo la mató de las peores maneras, la violó, la mordió, una cosa que supera mi capacidad de pensamiento. No dejo de pensar en esa niña, o en Lisbeth Baquerizo (Ecuador) con el amor de su vida que la tira por las escaleras y le pega los sesos con Brujita, no puedo. Lo que hace Laura Restrepo es recrear el grupo de amigos de este tipo para entender quién era el asesino, el violador desde el punto de vista de otros, desde esta cúpula sin dios ni ley que son los dueños de la ley y de dios y creen que saldrán indemnes de todo lo que hagan… Siento que ella escribió un libro durísimo sobre un caso real y omitió los detalles de las atrocidades que este hombre le hizo a la niña. Entonces claro que sí, por supuesto que la realidad es peor que la ficción, lo único que nosotras podemos hacer con la ficción es decirle a la gente esta soy yo, no soy un cadáver en una morgue, y les voy a contar mi historia. Creo que eso es lo que me mueve, a mí no me mueve el morbo, asustar por asustar, escandalizar por escandalizar, generar desazón porque sí. No quiero hacerlo gratuitamente, quiero que escuchen la voz de quien ha sido asesinada, violada, emborronada en la historia, silenciada porque lo que hacen los medios, la cobertura de crónica roja, es utilizar esas muertes, asesinatos y crímenes para contar desde un punto de vista hegemónico, pero no es la voz de la víctima contando: «esto es lo que me hicieron, me rompieron entera». Quiero decir eso, porque nadie lo dice. 

Está tan normalizado que es preciso incomodar, mover, generar cosas en quien nos lee… ¿Sientes o crees que en algún momento el recurso de la violencia se agota? Es decir, ¿llega un momento en que es un trazo más del paisaje en que vivimos?

Ahí está el desafío de la escritora. De quien narra. Ahí está eso que se llama reinventarse, que no es cambiar de obsesiones, pues si no escribes sobre tus obsesiones, ese libro nace muerto. Eres el ser humano que eres por tus obsesiones. Hay una cosa muy triste en el lector, en el espectador, en el lector de prensa y es el hartazgo… Es muy triste y muy loco que la muerte de una mujer no sea primera plana, que el asesinato de una mujer a manos de su pareja no sea primera plana, trending topic… Lisbeth (Baquerizo) lo fue, porque allí hay un lugar de enunciación que no es el mismo de otras personas a quienes les ha pasado lo mismo. Lo que tienes que hacer todo el tiempo es ver cómo cuentas la historia de la mejor manera posible como para que tenga tanta fuerza, sea tan sólida, redonda, los personajes tan vivos que casi ni te des cuenta de que te estoy llevando a que veas la desprotección de la infancia, la desigualdad social, la obsesión por la belleza, lo que le hacemos a quienes no tienen hogar, o a quienes trabajan en nuestras casas, o a quienes tienen algún tipo de diferencia.

La violencia es tan grande que ahí cabe el cielo, el infierno, la tierra, cabe todo. Lo que intento es crear nuevas historias que tengan su vida, su fuerza, para que a un lector al que no le interesa ir más allá pueda “disfrutarla”; pero que a quien sí está con el corazón abierto pueda llevarle a pensar «qué bestia lo que le hacemos a los animales, a los niños pobres, a la diferencia, todo lo que le hacemos a las mujeres». La literatura es el gran ejercicio de la empatía, el ejercicio más bestial porque empatizas con algo que no existe y se inventó otro y solo se logra si has creado personajes que literariamente sean perfectos y tengan vida propia.

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