Autor: Manifiesta ECUADOR

En Ecuador, las jornadas alrededor del 8 de marzo este 2021 se desarrollan en un contexto electoral, donde los derechos de las mujeres no han sido prioridad en las agendas políticas. Esto se verá reflejado en los reclamos y exigencias de las jornadas feministas, donde organizaciones de mujeres y feministas realizarán manifestaciones, plantones y actividades en varias ciudades del país.  

Comprender este contexto y las exigencias de lxs actorxs, facilitará tu trabajo durante las próximas jornadas, también te dará elementos para que puedas pensar el enfoque de la cobertura o hacer entrevistas. Por eso, junto a Wambra, elaboramos esta guía que ofrece pautas. 

Revísala: #PeriodismoFeministaEC: Guía para cobertura

Kathy Muñoz: “Nadie espera que quien te ama te mate”

Desirée Yépez/ @Desireeyepez

El 21 de diciembre de 2020 Kathy Muñoz recibió una llamada que cambió su vida: su hija había muerto. Lo que vendría después conmocionó al país y se convirtió en noticia a escala internacional: Lisbeth Baquerizo había sido asesinada por su marido, los implicados pegaron las heridas de su cabeza con goma para falsear la masacre. La maquillaron. Su esposo, el principal sospechoso, está libre; sus cómplices, también. Y su madre no descansa en reclamar su derecho: justicia. 

¿Cómo era su vida hace un año?

Normal. Como la de cualquier otra persona. Teníamos un hogar, dos hijas. Hace un año nuestro hogar era feliz, lastimosamente ya todos conocen la triste historia, la horrible historia en la que nuestra vida se ha convertido. Lamentablemente desperté un día y me di cuenta de que era verdad: he tenido que enfrentarme titánicamente a un sistema que le llaman de justicia, pero es algo que no he conocido hasta hoy. Han sido tantas las negligencias, la corrupción, la maldad que no me ha tocado otra opción que ser Kathy Muñoz “la guerrera”, “la leona”, “la pantera”, “la mujer luchadora”, así me llaman. Nadie quiere perder una hija de una manera tan cruel, vil y miserable como murió la nuestra. Su cuerpo fue usado como un juguete, la desnudaron, la bañaron, la remendaron, luego la vistieron, luego la pusieron en la escena falsa con la que nos quisieron engañar haciéndonos creer que había caído de las escaleras. 

A veces me he quedado sin voz de tanto gritar. En este caso, la Fiscalía nunca estuvo de nuestro lado, siempre estuvo con el victimario, tanto así que él y los cómplices se fugaron. Dejaron resuelto transferencias de bienes, un lugar para instalarse de nuevo, el señor Hermidas tuvo el placer de viajar en avión a Colombia, dicen que allá está junto a su hermano. Lo único que he gritado es que ¡quiero ver, conocer y sentir la justicia! 

¿Qué ha implicado este proceso de dos meses de tener que transformarse para exigir justicia por su hija?

Ha sido muy doloroso. Yo era una mujer normal, soy estilista de profesión hace 20 años. Como toda madre estaba dispuesta a luchar por mis hijas, pero nunca pensé que Dios y el destino me iban a poner frente al mundo como alguien que pelea por una causa justa. Asesinaron a mi hija, no pido nada que no merezca, exijo, reclamo, mis derechos y los de ella. Hace unos meses mi rostro tenía otra expresión, ahora mis ojos están cansados, tengo ojeras, he bajado mucho de peso. Ha sido tanto el dolor y la tristeza que no he tenido tiempo ni de llorar porque el proceso ha sido muy exigente, han habido días en que me voy desde las 8 de la mañana y no regreso hasta las 10 de la noche. 

Todos los días se difunden noticias relacionadas a violencia de género, femicidios. Es una realidad a la que nos exponemos diariamente, pero ¿qué pasa cuando toca la puerta, cuando se vuelve real?

Cuando vi a mi hija muerta en las escaleras, sentí que mi vida se iba con ella. Me han preguntado si no temo por mi vida y contesto: “tengo dos hijas, la mitad de mi vida se fue con Lisbeth”. Lo que ven solo es un estuche. Me arrebataron algo que salió de mi cuerpo, de mi ser, eso me transformó en lo que ahora soy. No temo porque mi causa es justa, nadie tiene derecho de arrebatarle la vida a nadie. Lo más ruin es que hayan querido ocultar horrendo crimen pegando sus heridas con Brujita. Pagaron un médico falso, un maquillador para que ocultara las heridas, la magnitud del asesinato de Lisbeth Baquerizo ha traspasado precedentes, la imaginación, es algo tan macabro… Ahora he logrado un equilibrio entre el dolor, la rabia, la impotencia. Al principio no podía contenerme, las lágrimas solo se derramaban, pero aprendí que de ellas me tengo que alimentar, eso hace una madre. Estoy dispuesta a hacer lo que tenga que hacer, a cortarme las venas en Carondelet, dejar mi sangre regada en el piso para que la gente conozca mi historia, para que se sepa que el que mató a mi hija está caminando por las calles. A la señora Justicia la tienen vendada, boca abajo, hacen con ella lo que les da la gana. 

¿Cómo sacarle la venda a esa Justicia?

Como yo lo hice: gritando, reclamando, haciendo valer los derechos. La Fiscalía General del Estado nos ha acostumbrado a hacerse la ciega, sorda, mi caso puede ser único, por la dimensión; pero hay tantos femicidios detrás de mí. No me ha quedado otra opción que reclamar, y nadie me lo dijo, me lo dijo mi corazón. Al principio, cuando reclamaba en los exteriores de la Fiscalía, en Guayaquil, las personas no sabían quién era ni qué reclamaba. Pero de a poco se empezaron a sentar a escuchar mi historia, a ver mis lágrimas correr… 

¿Se ha encontrado con otras madres en esta lucha?

Sí. Cuando vi que la injusticia no era solo para mí, encontré mujeres que me abrazaban y me decían: “señora, fuerza, tengo tres años en esto y el femicida está en su casa, tengo dos nietos y tras sobornar al fiscal se quedó con mis nietos”. Yo la invitaba a traer su cartel y a gritar conmigo. Después venía otra… La Fiscalía nos ha acostumbrado a la limosna, porque los fiscales solamente dan lo que ellos quieren, no lo que tienen que dar. 

¿Ustedes cómo se han enfrentado a esos poderes?

Mirándolos a la cara y diciéndoles que no les tengo miedo. Aquí estoy y no voy a parar hasta conseguir lo que anhelo, lo que necesito, lo que reclamo porque es mi derecho. Mi hija tiene derecho a la justicia, no porque ahora ella se está pudriendo en un cementerio sus derechos se pudren con ella. Aquí está su madre. He invitado a las madres del Ecuador que están en una situación como la mía que hagan lo que yo he hecho. Si no tuviera fortaleza, estaría temblando. Sí he temblado, pero no de miedo, sino de impotencia, dolor, rabia. ¿Dónde están los derechos humanos? Los míos fueron pisoteados. No voy a descansar hasta el día en que se realice la audiencia de formulación de cargos de todos los cómplices y a cada uno le den su sentencia. Esa es mi causa. Ha sido una lucha titánica contra un enemigo que en realidad pensé que era mi aliado, la Fiscalía. Por eso ahora todos me conocen, saben que he gritado, he llorado, no me he sentido derrotada. Mi corazón está destrozado. Me duelen los recuerdos. No me he llenado de odio, tuve de frente al que mató a mi hija, a sus padres, pude haber hecho justicia por mano propia y lo que hice fue ir a buscar a la señora Justicia para que me dé paz, pero no fue así. 

Me siento más fuerte que nunca, porque no estoy sola. Ecuador está aprendiendo a pelear. 

¿Cuántas veces ha tenido que narrar esta historia y recordarla?

En este proceso aprendí la palabra “revictimizar”, no me gusta porque quien la dijo primero fue el fiscal y comprendí que la burocracia disfraza con palabras y papeles la corrupción. ¿Por qué me dicen victimizar? ¿Acaso si no lo cuento lo voy a olvidar? ¿Acaso si le digo a mi mente lo voy a olvidar? Nunca lo voy a olvidar. Han sido cientos de veces, me han dolido, al principio lloraba mucho. No me arrepiento de contarlo una y mil veces. Eso hizo que Ecuador haya hecho suya mi historia y mi dolor. Mataron a mi hija, no me voy a conformar con llorar. Quiero justicia. No hay nada que me haga olvidar el 21 de diciembre de 2020. Mi hija tenía un propósito en su vida. Tal vez el propósito de su muerte es que muchas aprendan y comprendan que lo que parece un cuento de hadas, amor, a veces es mentira. El amor nos ciega. Nadie espera que una persona que te ama te mate.  

 

Ma. Fernanda Ampuero: “No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia”

Desirée Yépez/ @Desireeyepez

La escritora y periodista guayaquileña se alista para presentar su próxima obra, ‘Sacrificios humanos’. El título ya es un adelanto de lo que esconden sus páginas… La de María Fernanda Ampuero es una de las voces que más fuerte han gritado la violencia. ‘Pelea de gallos‘, su primera compilación de relatos, pareciera más bien una antología de crónicas por la crudeza de los textos… Sucede que la realidad a veces supera la ficción. Y MANIFIESTA conversó al respecto con ella.   

Has dicho que la vida está hecha de miniviolencias que son esa gran violencia… ¿Por qué decidiste escribir de esto? ¿Qué te llevó hacia allá?

No creo que haya sido una decisión como tal. Escribo de lo que me duele. Auténticamente sufro, auténticamente siento que es contra mí, que cada niña desaparecida, asesinada, todas las que han muerto o están por morir me deja desasosegada, como que hay algo que quiero hacer, quiero salir a las calles, sí; poner algo en las redes, intentar hablar con los familiares, quiero saber qué pasó, quiero pedir justicia contra los asesinos; quiero hacer algo. Siento que la violencia es lo único de lo que puedo hablar. Estoy muy cabreada, no puedo hacer nada rosa, humorístico, nada que no lleve ira. Como dice esa frase anónima: “si no estás cabreada, no estás mirando con suficiente atención”. Una cosa que nos pasa a nosotras es que incluso miramos con demasiada atención. Las palabras para mí son detonantes de esa ira. No creo que sea posible pasar por el mundo sin vivir la experiencia de la violencia, creo que la gente que no habla de ella, que no la tiene presente, es porque la ha bloqueado.

Te mueve eso de “escribir sobre lo que conoces”… 

Cuando me preguntan sobre las cosas tan atroces que escribo, dentro de la ruleta vulgar y terrorífica que es nacer en Ecuador a mí no me tocó tan mal. Me tocó caer en una pareja de gente joven, que no me vendieron en la calle, que no me dejaron sorda de golpes, que esas cosas pasan… Que no me tocaron en la noche, que no me tocaron mis abuelos. Tuve mucha suerte; pero aún así digo que ninguna está perdonada por la vida de pasar por la violencia, a ninguna se nos perdona que no pasemos por esa puerta. 

Hay una violencia que la gente no ve, porque no quiere ver, la de decirle a las niñas que no son lo que deberían ser. En mi caso, que no soy delgada, blanca como mi prima, que no tengo el pelo liso; a mi prima le tocó ese otro rol terrible de ser el modelo inalcanzable del canon de belleza. Yo me sentía una cucaracha horrible que caminaba por ahí, a quien la gente siempre tenía que hacerle un comentario. Yo quería ser invisible, pero mis características físicas hicieron que sea señalada y que se buscara en mí un chivo expiatorio del racismo de mi familia, porque mi abuelo tuvo una bisabuela negra, entonces mi pelo les recordaba esa bisabuela, esa cosa que no querían vinculada a su apellido.   

Yo sé que no me pegaron, que no me abandonaron, que no soy huérfana, pero ese dolor y ese constante recordarte que no eres suficientemente valiosa porque no tienes unas características físicas es un lanzamiento a la violencia que se te hace desde antes que tengas uso de razón. Y luego lo que nos pasa a las chicas en particular: siéntate bien, cierra las piernas, no enseñes el calzón… Y claro, tú dices: «pero quién me está viendo, qué hay ahí adentro, qué hay ahí que está mal y tengo que tapar». Te enseñan que hay una cosa monstruosa en medio de tus piernas. Eso, cuando tienes cuatro años, eso es la gran violencia. Y que tus padres asuman que eso va a pasar, en lugar de señalar a quienes miran entre las piernas de las niñas, pues… 

Está tan normalizada la violencia que, aunque cada vez se habla más de esto y se expone, se ve más saña en los crímenes… Y cuando leemos ‘Pelea de gallos’, que son cuentos, ficción, sucede que muchas veces la realidad supera a la ficción. El mundo es este, donde la monstruosidad y el horror están. 

Por supuesto. Estoy leyendo ‘Los Divinos’, de Laura Restrepo, ella escribió ese libro después del crimen de Yuliana Samboní donde un arquitecto de clase súper alta era un monstruo, un pedófilo y secuestró a una criaturita, hija de refugiados, que la vida entera en siete años fue horror tras horror, no hubo un respiro en el dolor de esa criatura. En Colombia, este tipo la mató de las peores maneras, la violó, la mordió, una cosa que supera mi capacidad de pensamiento. No dejo de pensar en esa niña, o en Lisbeth Baquerizo (Ecuador) con el amor de su vida que la tira por las escaleras y le pega los sesos con Brujita, no puedo. Lo que hace Laura Restrepo es recrear el grupo de amigos de este tipo para entender quién era el asesino, el violador desde el punto de vista de otros, desde esta cúpula sin dios ni ley que son los dueños de la ley y de dios y creen que saldrán indemnes de todo lo que hagan… Siento que ella escribió un libro durísimo sobre un caso real y omitió los detalles de las atrocidades que este hombre le hizo a la niña. Entonces claro que sí, por supuesto que la realidad es peor que la ficción, lo único que nosotras podemos hacer con la ficción es decirle a la gente esta soy yo, no soy un cadáver en una morgue, y les voy a contar mi historia. Creo que eso es lo que me mueve, a mí no me mueve el morbo, asustar por asustar, escandalizar por escandalizar, generar desazón porque sí. No quiero hacerlo gratuitamente, quiero que escuchen la voz de quien ha sido asesinada, violada, emborronada en la historia, silenciada porque lo que hacen los medios, la cobertura de crónica roja, es utilizar esas muertes, asesinatos y crímenes para contar desde un punto de vista hegemónico, pero no es la voz de la víctima contando: «esto es lo que me hicieron, me rompieron entera». Quiero decir eso, porque nadie lo dice. 

Está tan normalizado que es preciso incomodar, mover, generar cosas en quien nos lee… ¿Sientes o crees que en algún momento el recurso de la violencia se agota? Es decir, ¿llega un momento en que es un trazo más del paisaje en que vivimos?

Ahí está el desafío de la escritora. De quien narra. Ahí está eso que se llama reinventarse, que no es cambiar de obsesiones, pues si no escribes sobre tus obsesiones, ese libro nace muerto. Eres el ser humano que eres por tus obsesiones. Hay una cosa muy triste en el lector, en el espectador, en el lector de prensa y es el hartazgo… Es muy triste y muy loco que la muerte de una mujer no sea primera plana, que el asesinato de una mujer a manos de su pareja no sea primera plana, trending topic… Lisbeth (Baquerizo) lo fue, porque allí hay un lugar de enunciación que no es el mismo de otras personas a quienes les ha pasado lo mismo. Lo que tienes que hacer todo el tiempo es ver cómo cuentas la historia de la mejor manera posible como para que tenga tanta fuerza, sea tan sólida, redonda, los personajes tan vivos que casi ni te des cuenta de que te estoy llevando a que veas la desprotección de la infancia, la desigualdad social, la obsesión por la belleza, lo que le hacemos a quienes no tienen hogar, o a quienes trabajan en nuestras casas, o a quienes tienen algún tipo de diferencia.

La violencia es tan grande que ahí cabe el cielo, el infierno, la tierra, cabe todo. Lo que intento es crear nuevas historias que tengan su vida, su fuerza, para que a un lector al que no le interesa ir más allá pueda “disfrutarla”; pero que a quien sí está con el corazón abierto pueda llevarle a pensar «qué bestia lo que le hacemos a los animales, a los niños pobres, a la diferencia, todo lo que le hacemos a las mujeres». La literatura es el gran ejercicio de la empatía, el ejercicio más bestial porque empatizas con algo que no existe y se inventó otro y solo se logra si has creado personajes que literariamente sean perfectos y tengan vida propia.

Virna Cedeño: “Yo no estoy en Pachakutik para llenar un binomio ni para cumplir cuotas”

Desirée Yépez/ @Desireeyepez 

 

Si Pachakutik pasa a la segunda vuelta y gana las elecciones, Virna Cedeño llegaría a Carondelet como vicepresidenta de la República, junto a Yaku Pérez. La de 2021 fue su primera contienda electoral; pero, si algo tiene, es experiencia en abrirse camino. En 2017 Revista Hogar la reconoció como una de las mujeres del año y destacó su incidencia en la creación de la primera maestría en biotecnología de Ecuador. La candidata es bióloga, PhD en Biotecnología Molecular (Universidad de Montpellier 2, Francia) y ha sido articulista en Diario El Universo. Y así inicia su camino en la política… 

Virna es científica, académica… ¿por qué se tentó de participar en la política?

Sí, estoy en el área científica, pero siempre con un equipo enfocado en entender cómo la ciencia sirve para el desarrollo. Esa ha sido nuestra filosofía: las biotecnologías para el desarrollo sostenible. Por eso entré con Pachakutik, porque converge la filosofía de que el desarrollo humano debe estar conjugado con trabajar bien con la naturaleza, con que nuestras actividades sean respetuosas con el espacio y el entorno. Durante muchos años hemos intentado que gobiernos locales y nacionales agarren la tecnología para el desarrollo, pero una se agota de encontrarse con el asesor del asesor, y de ver que muchos no tienen motivación sino por el beneficio del puesto. Al final concluyes que la única forma de transformación real es la injerencia en la política pública. A veces hay que dar esos pasos complicados.

Cuando hablamos de las coincidencias entre su trabajo y la propuesta de Pachakutik ¿al decidir ser parte del binomio usted participó de la construcción del plan de gobierno o ya estaba hecho y se adaptó a lo que usted podía aportar?

 En realidad había un recorrido ya hecho de la propuesta. Pero es interesante porque al leerla tiene muchos componentes del respeto a la naturaleza, de desarrollo en armonía. Se trata de la misma filosofía y el siguiente paso es hacerlo posible a través de la economía circular, del reciclaje, de la preservación. Esto debe asentarse a través de los componentes en que he trabajado tanto tiempo. La propuesta se ha ido fortaleciendo y complementando. Por eso decimos que el binomio tiene el complemento de lo político con lo científico técnico para aterrizar una propuesta.

Pero el plan de gobierno ya estaba hecho…

En su mayoría sí. Pero se fortaleció mucho, por ejemplo, con el tema de biotecnología. Había una estrategia y lo que se hizo fue fortalecerla. Ahí estaba Virna, no solo con el deseo, sino con el conocimiento.

Inicialmente quien estaba prevista para el binomio era Larissa Marangoni. ¿Cómo surge la relación de Virna con Yaku?

Me he movido mucho en distintos ámbitos, aún cuando no he estado en primera línea política o partidista; pero sí en la de la ciencia aplicada al desarrollo. He estado en proyectos sociales, comunitarios. Además, en 2017 fui parte de la Comisión Nacional Anticorrupción. De esos sectores donde me conocen, como el de la academia, sale mi nombre. Sobre todo desde el equipo de la Comisión Anticorrupción de Guayas se empieza a proponer mi nombre cuando el movimiento habla de la búsqueda de una mujer costeña, con implicación social. Jorge Rodríguez (+), expresidente de la Comisión, toma mi curriculum de Internet y lo comparte. Eso fue analizado por el consejo político de Pachakutik y Yaku Pérez y empezaron una serie de conversaciones. Inicialmente no estaba convencida porque, como le decía al movimiento, yo podía ser alguien políticamente no correcta.

¿Por qué?

Porque considero que a veces puedo romper los esquemas de lo políticamente correcto y se lo dije a todos. Incluso cuando ya acepté, hubo gente que quería decirme qué hacer.

¿En ese contexto a qué se ha negado? ¿Qué le hace definirse como a veces políticamente incorrecta?

Por ejemplo, una de las conversaciones que había era que yo me defina de izquierda o derecha; y yo decía que lo más fácil para un movimiento de izquierda era que yo me defina así, pero como lo he dicho: me identifico con muchísimos de esos principios que buscan trabajar por el bien de los más débiles; pero también hemos visto casos donde las etiquetas muchas veces no corresponden a los actos y eso hace que una se aleje y prefiere no etiquetarse. Lo digo honestamente: considero que el ser humano debe empezar a quitar esas etiquetas para que podamos conversar, identificar que podemos tener las mismas preocupaciones y necesidades. Le dije al movimiento que yo quisiera gente que, más allá de abanderar una ideología, cumpla lo que dice, que su vida muestre el reflejo de lo que dice. Me han dicho que hay que ser más agresiva…

¿Alejarse de esa forma tradicional de hacer política, del discurso agresivo y separatista no puede jugarle en contra y bajarle el perfil como parte del binomio de Pachakutik? Entiendo que la última semana usted ha estado enferma, dio positivo para coronavirus. Entonces quienes aparecen en primera plana son Yaku Pérez y Manuela Picq… ¿Dónde está Virna?

Un fin no justifica los medios, eso no quiere decir que no debamos ser enérgicos, frontales; pero sí creo en otra ruta y otra forma para caminar. La gente preferiría que estuviera intubada para justificar que no he aparecido estos días. Soy una persona fuerte, pero el coronavirus está y me ha agotado. He aprendido a que no me muevo por el qué dirán. Me hubiera gustado estar… En 2017 estuve metida en el CNE todo el tiempo, no tenía candidatura, pero estaba preocupada de que el correísmo no se establezca en el país, nos amanecimos; no estaba convencida del otro candidato, pero sí sabía que quería un proceso transparente, que sean elecciones transparentes, que el resultado sea lo que los ciudadanos hayan exigido. Esta vez no he estado, ayer (11 de febrero) me hice otro análisis para saber si ya estaba negativo, pero salió positivo y sigo guardada, no puedo salir. He estado en conversaciones permanentes con Yaku. Y lo conciliador no quita lo enérgico, soy creyente de la protesta no violenta. Yo sí creo que es importante alzar la voz, creo en esa protesta.   

En estas elecciones hemos visto cómo los partidos y movimientos se han tomado el feminismo, las causas de las mujeres para alimentar su discurso y tratar de conquistar votos, sin que necesariamente comulguen con eso. ¿Las mujeres han sido usadas como parte de esa cuota política, sin que en realidad tengamos posibilidad de acción?

Precisamente, yo he peleado por eso. Eso es lo que yo dije: “yo no estoy aquí para llenar un binomio, para cumplir esa cuota”. Lo digo porque he levantado la voz cuando alguna vez hubo la propuesta de que Jaime Vargas reemplace a Salvador Quishpe y fui una de las personas que, siendo muy reciente en el movimiento, se levantó y tomó posición respecto a que los procesos se respeten. Otra vez, en una reunión privada de los binomios con los observadores de la OEA donde todos se dirigían a Yaku, la presidenta de la comisión dijo: “bueno, quisiera dar la bienvenida a la candidata a la vicepresidencia y reiterar que para una mujer estos espacios no son fáciles”. Luego hablé, le agradecí el saludo porque todos los hombres de la sala siempre se dirigieron al candidato… 

Sí, y las mujeres de adorno…

Claro, agradecí los saludos de la presidenta y aproveché para decir que entiendo lo difícil que es abrirse esos espacios para las mujeres. Siempre he sido una luchadora porque me he movido en espacios masculinos desde joven, en paneles donde he tenido que luchar contra el “mamita”, “mamacita”, “madrecita”. Hace poco se lo dije a un periodista en una radio, y él dijo que no debía ser extremista, que era cariño… Pero quienes luchamos debemos establecer los puntos en contra de los micromachismos que incluso nosotras hemos normalizado.

¿Es feminista?

El feminismo es una posición noble, en la cual deberíamos estar hombres y mujeres, porque es el defender la igualdad en respeto, armonía, solidaridad. No son los extremos. El hembrismo sería el componente con el machismo. El feminismo debería ser la bandera de todas y todos. En la vicepresidencia la estrategia debe ir a erradicar los estereotipos que encierran a hombres y mujeres, que nos hacen prisioneros de actitudes y comportamientos. Impulsar una coeducación en todos los niveles, controlar la música machista, la publicidad sexista, esos micromachismos al que debe quitársele el micro porque lo dulcifica y en realidad es la raíz más fuerte de ese gran machismo.   

Ma. Claudia Segovia: “Lo que vivimos en la ciencia es un reflejo de lo que vivimos en la sociedad”

Redacción Manifiesta/ @ManifiestaEc 

Hace 10 años, María Claudia Segovia no se hubiera calificado como científica. No porque no haya estado dedicada a la biología, sino porque la imagen que socialmente existe alrededor de la ciencia no era la suya: la de una mujer. La posibilidad de viajar, de conocer otros contextos, le permitió cuestionarse y entender que hay realidades que merecen ser cambiadas. Así se convirtió en una de las fundadoras de la Red Ecuatoriana de Mujeres Científicas (REMCI). MANIFIESTA charló con ella.  

Has dicho que ser científica y mujer implica superar obstáculos invisibilizados por la sociedad y por nosotras. ¿Cuáles son esos obstáculos?

Hay algunos. Uno de ellos es la seguridad en una misma. A veces no nos damos cuenta de que desde que somos muy pequeñitas se va deteriorando la seguridad en nosotras mismas. Personalmente, ha sido una lucha constante el creer más en mí, sentirme capaz, sentir que puedo hacerlo y lanzarme. Es una cuestión cultural porque todo el tiempo la sociedad te está diciendo: “¿en serio vas a hacerlo? ¿Estás segura de que ese es el papel de la mujer?”. 

Hay muchos micromachismos y microagresiones que alimentan esa inseguridad, te interrumpen cuando hablas, cuando entras a una reunión no te llaman por tu título sino “reinita, mija”, no se nos da el mismo tiempo para hablar… Y esto, a su vez, se relaciona con los estereotipos culturales que son tan fuertes. Por ejemplo, los estándares sociales establecen que la mujer cumpla ciertas funciones y no otras, esa es una carga sumamente fuerte. Esto se ve reflejado en la sociedad, en la academia y la ciencia, esto hace que romper las barreras sea difícil. 

En ese escenario que describes ¿por qué decidiste hacer ciencia?

A veces una sigue lo que le gusta… Hacer ciencia fue ese proceso de búsqueda personal de qué es lo que me gusta, lo que me apasiona y me encontré ahí. Si hace unos diez, quince años me lo hubieran preguntado, hubiera dicho “yo no hago ciencia”… No me consideraba como una mujer en ciencias, simplemente hacía lo que me gusta. Culturalmente no nos vemos como científicas. Eso es algo que con la REMCI estamos tratando de cambiar y creo que hemos cambiado bastante: que las mujeres nos veamos científicas y nos sintamos así, que te empoderes en que una mujer también puede hacer ciencia. 

¿Por qué no se daba ese empoderamiento? ¿Qué concepto existía o existe en quienes hacen ciencia para que una mujer no se considere científica?

Está asociado con los aspectos culturales. El estereotipo de ciencia es un hombre, es el estereotipo asociado a inteligencia, a ser brillante… Si se piensa en ser científico, seguramente la imagen que viene a la cabeza es la de un Albert Einstein. Eso hace que una no se proyecte, no se refleje en esa imagen.

¿En algún momento dudaste de hacerlo?

Todo el tiempo. Esa duda, esa incertidumbre, esa lucha interna que he sentido muy fuerte -cada vez menos- es lo que se conoce como el síndrome del impostor que surge mucho en las mujeres al preguntarse: ¿en realidad merezco estar aquí? Es fuerte. Conversando con otras colegas, sienten lo mismo.

Uno de los mensajes recurrentes es que cuando como mujeres queremos dedicarnos a carreras demandantes tenemos que escoger: la profesión o la familia. ¿Enfrentaste esos prejuicios?

Sí, como la mayoría. La sociedad te tiene planificado lo que debes hacer. Muchas veces recibí comentarios de “cuándo dejas de estudiar y te dedicas más a tu esposo e hijos”, “dedícate a algo más serio”. También en un momento de mi vida me tocó decir: «me voy a dedicar a mis hijos». Es una decisión personal, no me arrepiento en lo más mínimo, estuve consciente de lo que hacía y tenía el apoyo de mi pareja. Muchas tienen que dejar su pasión y carrera porque no tienen el apoyo de su familia. En los últimos años esto ha cambiado, los roles se van dividiendo, lo que evita que tengamos que decidir entre lo uno y lo otro. Pero son procesos que requieren de una conversación más amplia y analizar más allá de la familia, sino cómo el Estado colabora para que esa mujer pueda seguir en su carrera. ¿Qué está haciendo el Estado, cuáles son las políticas públicas?

¿Crees que en términos de Estado interesa esa inversión?

(Risas). Quisiera ser optimista y pensar que sí. Las mujeres aportamos muchísimo y en ciencia necesitamos ese 50% de la población que aporte. En la actualidad a nosotras nos evalúan exactamente igual que a nuestros colegas y está bien… Pero ¿qué pasa cuando una mujer da a luz? Ese primer año la madre no podrá trabajar en experimentos o investigaciones al 100%, pero te siguen evaluando por el número de publicaciones, de proyectos que tienes, independientemente de las tareas de cuidado y trabajo no remunerado que además asumimos.

En Ecuador, la REMCI registra 120 mujeres científicas… 

Sí, en la Red somos 120. En el país hay muchas más; sin embargo, volvemos a que muchas de ellas no se consideran científicas, especialmente lo hemos visto en las Ciencias Sociales. Se definen como investigadoras sociales, pero no científicas. 

El dato como tal se lee como poquito ahora, en 2021, donde se conoce y se visibiliza más el trabajo de las mujeres en la ciencia. ¿Pero qué pasaba antes, cuando seguramente eran menos, a quiénes tenían ustedes como referentes o cómo se construían esos referentes que se aparten de la figura masculina?

Hemos visto que antes había menos científicas, pero ellas se mimetizaban en el ambiente… se convertían en uno más. Estaban ahí y, en la mayoría de los casos, seguían el patrón masculino; por eso era difícil diferenciarlas. ¿Cómo empiezan a surgir los referentes? Muchas veces no con imágenes nuestras, sino con imágenes de afuera, donde empiezan a haber movimientos de visibilización. Quienes nos unimos para organizar la REMCI tuvimos la suerte de estar afuera y salir me permitió ver el problema. Aquí no lo ves. Diez, quince años atrás hubiera dicho que nunca he sentido discriminación, cuando no es así.

Antes no se veía lo que ahora se visibiliza… estos micromachismos.

Sí, es como un fenómeno de negación, que pasa muchas veces en esta generación previa que le tocó salir adelante. En Ecuador un gran porcentaje de mujeres en ciencias somos biólogas, porque tuvimos referentes como la doctora Laura Arcos, la doctora María Eugenia del Pino, que fueron y son grandes científicas en diferentes aspectos. Sí vimos mujeres científicas, al menos en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, de donde partimos la mayoría de biólogas. Pero ellas nos hicieron sentir que no pasaba nada… Yo me di cuenta de esos detalles cuando salí, ahí me di cuenta de que había diferencias. 

¿Qué rol ha jugado en esto el feminismo?

Un rol importante. El feminismo nos ayuda a entender cuál es el verdadero rol de la mujer y desde esa perspectiva ha abierto nuevas orientaciones. La academia y lo que vivimos en la ciencia es un reflejo de lo que vivimos en la sociedad, es una doble vía. Definitivamente ha tenido impacto y ha hecho que se hable de estos temas.

Para quien desconoce ¿cuáles son los principales aportes de las mujeres en la ciencia en Ecuador?

No se conoce mucho el aporte de las mujeres en ciencia. Hemos tenido un rol sumamente importante en varias áreas, pero, sobre todo, en las áreas biológicas. Una de las científicas más importantes es la doctora María Eugenia del Pino, la única ecuatoriana que ha logrado ser parte de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos, para lograrlo necesitas ser invitada por tus aportes a escala mundial. Ella ha estudiado mucho del desarrollo embrionario en anfibios, entender cómo se produce un anfibio nos ayuda en avances embriológicos; también está el caso de la actual vicerrectora de la Universidad San Francisco de Quito, la doctora Andrea Encalada, una de las mejoras ecólogas acuáticas de Sudamérica, una rama muy importante para entender la contaminación en los ríos y aguas del planeta. En la Escuela Politécnica Nacional la doctora Jenny Ruales es una mujer muy importante por su trabajo en nutrición y aportes en la alimentación de los niños. La doctora Katya Romoleroux, Premio Nacional Eugenio Espejo 2020, se dedica al trabajo de las rosáceas… Ellas han sobresalido y detrás de ellas hay muchas más que tal vez no salen porque estamos de coautoras, no somos las principales, somos las asistentes de laboratorios. Hay muchas mujeres que trabajamos en ciencia pero no damos el paso para ser las protagonistas de esos avances científicos. 

El rol de las mujeres en la pandemia también ha sido vital. 

Hay diferentes perspectivas en relación a la pandemia. La primera, que las mujeres hemos cumplido un rol fundamental, tanto en estar en la primera línea en hospitales, personal de cuidado, pues en un 70% somos mujeres; y también en la educación, donde nuestro rol es importante. Además, una de las primeras que dio la llamada de alerta sobre lo que pasaba fue una viróloga china, ella se arriesgó a decir que pasaba algo raro y hay muchísimas mujeres involucradas en la fabricación de las vacunas.

Pocxs trans logran cambiar su cédula y votar sin discriminación

Redacción MANIFIESTA/ @ManifiestaEc

Este 7 de febrero 13 099 150 de personas están registradas para votar en las Elecciones Generales. De esas, menos del 1%, 1206 cambiaron de género en su cédula de identidad: son votantes trans

Desde 2016, el artículo 94 de la Ley Orgánica de Gestión de la Identidad y Datos Civiles permite que, voluntariamente, alguien mayor de edad por autodeterminación pueda sustituir el campo sexo (hombre, mujer) por el de género: masculino o femenino. Ese año fue el que más cambios reportó el Registro Civil, con 371 en total. 2020 fue el que menos: 59 modificaciones. 

Más allá de lo que reflejan las cifras, se trata de la posibilidad de que una mujer u hombre trans pueda ejercer el derecho al voto en la fila que le corresponde, según cómo se autodefine; y que la ley, al mismo tiempo, blinde a esta población de más acoso, hostigamiento y discriminación. Pero no pasa.  

Para empezar, desde hace cinco años el trámite de género en la cédula no se aplica a escala nacional: únicamente en Quito, Guayaquil, Cuenca y Machala. Esto significa que son pocos (como expone la estadística) quienes asumirlo, además, tiene un costo de $15, según consta en la página del Registro Civil; aunque organizaciones denuncian que esta cifra puede alcanzar los $37 en algunas oficinas. “La mayoría de la población trans se dedica al trabajo artesanal o, incluso, sexual. No tiene dinero”, advierte Diane Rodríguez, presidenta de la Federación Nacional LGBT.

Este proceso es determinante, porque es justamente esa información la que usa el Consejo Nacional Electoral (CNE) para determinar el lugar donde una persona sufraga. De hecho, en septiembre del año pasado las personas que habían hecho el procedimiento aparecían en las filas acorde a los datos que tenían antes. Es decir: transfemeninas, en el espacio de hombres; y transmasculinos, de mujeres. 

El 12 de septiembre, la función electoral publicó en redes sociales disculpas a la población trans y asumió el error. Ahora aparecen nuevamente donde, según la ley, deberían. 

 

¿Qué pasa más allá de la norma? “Hay el riesgo de que, al verme en una fila de mujeres, alguien de la junta receptora no me trate acorde a mi género. Dudo que haya un tratamiento protocolar por parte de quienes están en esos espacios”, reconoce la activista trans. Al consultar a la institución sobre la existencia de un “protocolo”, se especificó que “si ya cambiaron su género en la cédula, solo tienen que acercarse a la fila que corresponde el género elegido”. Si el trámite no se ha hecho, debe acercarse al sitio asignado para el sexo que consta en su documento

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