40 años de sangrado y pobreza

40 años de sangrado y pobreza

MANIFIESTA EC

mayo 28, 2021

Por: Jéssica Zambrano Alvarado/ @hypheralice

¿Recuerdas tu primera menstruación? ¿Sabías que llegaría? ¿A quién se lo contaste? Tal vez no se lo contaste a nadie y te dio vergüenza ir al colegio y pensar que te mancharías porque tu cuerpo entró en un proceso que desconocías y aún hoy no has llegado a conocer del todo. 

No eres la única. 

En todo el mundo dos de cada cinco niñas en edad de menstruar faltan a clases, al menos cinco días al mes, durante su período porque en las escuelas no hay infraestructura adecuada. En Ecuador el 20% de las mujeres entre 15 y 24 años no ha recibido información sobre la pubertad, el 17% no ha recibido información sobre sus aparatos reproductores; el 6,8% no ha recibido información sobre la menstruación. Lo dice una encuesta de Salud Sexual y Reproductiva que se realizó en 2012. Tal vez no son porcentajes altos, pero además de la desinformación que existe hay que pensar en el tipo de contenido que sí llega. 

En todo el mundo, 2.300 millones de personas viven sin servicios básicos de saneamiento y, en los países en desarrollo, solo el 27% tienen instalaciones adecuadas para lavarse las manos en el hogar, según UNICEF. La imposibilidad de usar estas instalaciones dificulta que las mujeres y las niñas manejen sus períodos de manera segura y digna.

Cuando creces notas que no solo que no hay infraestructura en las escuelas y colegios para las mujeres menstruantes, también ves que el Ministerio de Salud no reparte más que anticonceptivos gratuitos; las toallas sanitarias y los tampones son recursos necesarios que pagan IVA, a pesar de su uso para la salud. Su uso genera 22 millones de impuestos en Ecuador, según un estudio financiado por la fundación Friedrich Ebert Stiftung. La copa menstrual no se comercializa masivamente porque solo una empresa ha logrado que tenga registro sanitario habilitado. Menstruar en América Latina es un suceso que casi siempre llega inadvertido, es costoso, se ha convertido en una industria comercial y dura 40 años. 

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Menstruar es, según la Real Academia Española de la Lengua, un verbo intransitivo. “Evacuar el menstruo”. Menstruo es un sustantivo masculino. “Acción de menstruar”. Es la “sangre procedente de la matriz que todos los meses evacuan naturalmente las mujeres y las hembras de ciertos animales”. Es masculino pero solo las mujeres menstruamos. Tal vez, cuando llegó tu primera regla, tuviste miedo porque la menstruación es una palabra que pasa brevemente en los textos escolares y se explica en palabras breves: “si no hay ningún óvulo fecundado, se rompe el recubrimiento y el tejido uterino sale por la vagina en forma de sangre”. ¿Eso es todo? 

“El óvulo siempre es leído en esa clave, pero la ovulación sirve para muchas cosas más, como que nuestros cuerpos estén bien”, dice Carolina Ramírez, psicóloga de profesión y educadura menstural de resistencia por siete años, por lo que es una de las fundadoras de Princesas Menstruantes. Para Ramírez, que ha enfocado el trabajo de su fundación en la educación de niñas, aquel concepto declara al cuerpo de las mujeres como fallido. “Imagínese que yo en mis casi 40 años solo he fecundado un óvulo, pero es que el cuerpo fallido ha sido el discurso del cuerpo de las mujeres”. 

Somos cíclicas. Salomé Cisneros, una de las fundadoras del proyecto Feluna Menstrual, que trabaja charlas de educación menstrual y se financia con la venta de productos como agendas y calendarios menstruales, dice que “nuestra menstruación es un proceso natural que regula nuestro cuerpo, nuestra presión, nuestra digestión, nuestro sueño, nuestro crecimiento, el desarrollo de huesos”. No solo se trata de un óvulo no fecundado. 

En Ecuador, el capítulo sobre la menstruación se enseña en séptimo de básica, cuando la mayoría de adolescentes tal vez ya ha tenido su primera regla. “Se enseña algo muy general”, dice una docente que prefiere mantener su anonimato. La única mención en los textos se hace en el apartado Adolescencia, pubertad y sexualidad. Se dice “menstruación” en uno de los ítems de un dibujo que muestra a un hombre y una mujer. Se señalan los cambios físicos de las mujeres: “aparecen las primeras menstruaciones”. No hay más. 

El Plan Nacional de Salud Sexual y Reproductiva establecido en el país de 2017 a 2021, sostiene que la falta de conocimiento y ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos afecta a las desigualdades económicas, de género, sociales y étnicas. Se evidencia en “la diferencia de la tasa de fecundidad deseada y observada, el embarazo en adolescentes, la mortalidad materna, el acceso a métodos anticonceptivos incremento de ITS incluido VIH, violencia basada en género, cánceres relacionados al aparato reproductivo, y salud sexual y salud reproductiva en personas con discapacidad”. 

Y a pesar de que hay un Plan que hace un mea culpa desde el Estado a una parte de los problemas respecto a la falta de conocimiento en niñas y adolescentes respecto a la salud sexual y reproductiva, la brecha se agranda cuando se desconocen sus resultados. A pesar de la configuración de un Plan, en las escuelas el enfoque de enseñanza sobre la adolescencia, pubertad y sexualidad no ha cambiado. 

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En Ecuador las mujeres somos mayoría. Una proyección de población del antiguo Instituto Nacional de Estadísticas y Censos –porque no hay datos actualizados desde hace diez años– dice que hasta el 2020 habría 8.844.706 en el país. Al menos la mitad (4’488.792) tendría entre 10 y 49 años. Al menos la mitad son mujeres menstruantes que, según el estudio de Friedrich Ebert Stiftung, gastan $ 42 al año solo en toallas sanitarias. 

La Comisión de Estudios para América Latina (CEPAL), en América Latina, tiene reportes que sostienen que las mujeres ganan un 84% de lo que ganan los hombres. Los hombres ganan más porque ocupan en mayor medida el empleo formal, aunque las mujeres trabajan 58 horas semanales de manera remunerada –en menor porcentaje– y no remunerada. Al menos, cuatro horas más que los hombres. De acuerdo, al INEC, en Ecuador hay un promedio de 4 integrantes por hogar, una cuarta parte de ellos está dirigido por mujeres. Quienes ocupan la posibilidad de proveer implementos para los cuerpos menstruantes en la mayoría de estos hogares, no menstruan. 

En todo el mundo se ha empezado a hablar de “pobreza menstrual” para distinguir cómo las dificultades socioeconómicas impiden que una mujer acceda a toallas sanitarias, tampones o protectores para controlar su sangrado, así como medicinas para los posibles cólicos. De allí nacen campañas de la sociedad civil que han logrado, como en Colombia, muy cerca de Ecuador, que se eliminen impuestos para los productos que utilizan las mujeres menstruantes. La campaña se llamó ‘Menstruación Libre de Impuestos‘, creada por el Grupo Género y Justicia Económica. Hace poco lograron que la medida se instaurara también en el uso de la copa menstrual. 

Estas organizaciones amplían su campo de acción también en Ecuador. Feluna promueve el uso de la copa menstrual validada científicamente. Su uso puede ahorrar $ 210 en el uso de productos sanitarios, considerando que duren 5 años. Cisneros, una de sus fundadoras, comenta la necesidad de que estos productos estén certificados, pues al introducirse en el mercado sin una garantía, podrían generar  infecciones y afecciones al aparato reproductivo de las mujeres sin que haya una empresa que pueda responder por ello. Otra vez, su uso y las posibles consecuencias para la salud, tienen que ver con el desconocimiento. “Es una pena que se siga lucrando con el desconocimeinto de las mujeres”, dice Cisneros en una entrevista a través de audios de Whatsapp porque está maternando. 

En Cuenca, Emilia Cisneros es una de las fundadoras de Ciclo Rosa. La iniciativa nació con la pandemia. Se enfoca en empoderar a líderes barriales –conocidas como cholitas– para que denuncien la violencia de género, además de educar a las comunidades en reproducción sexual y menstruación consciente. Su programa ha convertido una toalla sanitaria en su ícono.  Cisneros cuenta en una entrevista vía Zoom, que decidieron usar la toalla sanitaria como símbolo de que hay que acabar con la vergüenza menstrual y la toalla es ese implemento que hasta hoy en día se va a comprar y se entrega en fundas negras para que nadie más lo vea.  A través de este programa proponen el uso de toallas reutilizables. Cisneros dice que por mes, cada mujer debe al menos comprar dos paquetes de toallas sanitarias. Al mes, gastar $ 3 en la compra de dos paquetes de toallas en una economía empobrecida es demasiado. 

Carolina Ramírez, de Princesas Menstruantes, una organización que trabaja en Colombia y otros 9 países, sí es importante que se generen políticas públicas y mejorar el acceso a productos para mujeres menstruantes. Pero además, cree que aquella brecha que existe y de la que los Estados son conscientes, no tienen el impacto que tendrían si no se modifica la educación. 

Entonces Ramírez empieza a enumerar los mitos. A las mujeres no las dejaban pescar cuando menstruaban porque decían que todos los peces sucumbirían con su sangre en el agua. No podían trabajar en la cervecería porque se arruinaba la cerveza. No podían entrar a las minas porque se perdía el oro. No podían entrar a la iglesia porque mancillaban los objetos. 

“Desde todos los entes de poder las mujeres empiezan a ser excluidas y nadie habla de eso. La menstruación ha sido una de las formas más tenaces del control del cuerpo de las mujeres”, dice Ramírez. En su página en redes sociales aún hay gente que comenta que por qué no les ponen un distintivo a las niñas para que se sepan las que están menstruando. “Cómo se le ocurre. Salga usted manchado a la calle, no sale ninguna. Eso nos ha atravesado el discurso tan tremendo en el cuerpo que hemos normalizado. Hemos adoptado ese performance de ocultamiento”. 

Salomé Cisneros ha visto cómo el sistema educativo ecuatoriano ha cerrado puertas a una enseñanza sin prejuicios bajo la lógica de que “la educación sexual se enseña en casa”, pero piensa que “en casa incluso se violenta a los niños y no tienen esa guía para denunciar”.  Ramírez piensa que hay que ver con una lupa las propuestas que nacen alrededor de la educación menstrual porque muchas se enfocan en la contaminación con el uso de productos menstruales. Chris Bobel, autora del libro El cuerpo gestionado: El desarrollo de niñas y la salud menstrual en el hemisferio sur, dijo que en una más allá de los programas para mejorar la infraestructura y el acceso a productos de higiene menstrual, “la educación y la lucha contra el estigma deberían ser las principales prioridades”. Ese es uno de los enfoques que promueven programas como el Plan de Acción de género de Unicef. “La educación transforma las narrativas, las narrativas en torno a la menstruación mejoran nuestra calidad de vida”, dice Ramírez.  Piensa que sí, que se habla del acceso a productos, que se habla de la contaminación a la Tierra con estos productos. Y sí, si la Tierra está bien, nosotros también lo estaremos, pero no somos las únicas que contaminamos y las políticas públicas sobre la menstruación tienen que poner en el centro que el bienestar sea el cuerpo de las mujeres. Otra vez, como en la marcha del 8M: “Nada sobre nosotras, sin nosotras”.

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